Pero
no sucedió así, al final Cristo me avisó, corrí con un dorsal
prestado, sin entrenar de manera especial, ni comer, ni siquiera
descansar un poco ese día antes de la carrera. Solamente me llamo,
dejé lo que estaba haciendo y me apresuré a toda velocidad hacia mi
casa para recoger un pantalón corto, unos tenis, una camisa...y las
ganas de correr, de automotivarme a seguir durante los últimos
kilómetros cuando el cuerpo ya empieza a pedir un respiro, de
disfrutar de la carrera, de compartirla con amigos y conocidos que
allí se congregarían, en definitiva, de vivirla!!
No
fui el más rápido, ni el primero de mi categoría, ni quede en un
puesto de honor, ni siquiera en un puesto digno de mencionar, pero
hubo una cosa que no cambió por ninguna de esas ya
mencionadas...HUBO MUCHA GENTE QUE NO CREYÓ EN MÍ, que no
pensó que hubiera podido quedar en ese puesto, que incluso me buscó
en la lista y no me encontró (ya comente que corrí con un dorsal
prestado, gracias Sergio), que no creen en mí porque no creen en
ellos mismos, y por eso me siento genial, porque muchos me dicen que
no podré, que no puedo o que no he podido, que eso es imposible para
mí, que no soy capaz de esto de aquello, que dudan de mí sin darme
siquiera la posibilidad de intentarlo. Lo que no saben es que eso lo
único que hace en mí es aumentar mis ganas, hacerme más fuerte,
tener ganas de sufrir más y termine en el puesto que termine y haga
el tiempo que haga, para mí yo soy un ganador sin importar lo que
piensen los demás, sin importarme si quedé el primero o el último
(preferiría quedar el primero, no me voy a engañar), si mejoré mi
tiempo del año anterior o no, porque en mi interior sé que lo he
dado todo, que no he podido sufrir más, que no me he podido
sacrificar más durante la carrera y que he dado hasta el último
aliento de mi cuerpo por hacerlo lo mejor que yo sé.
Soy
una persona cuya constitución es casi la peor posible para correr,
mi peso que sobrepasa con creces los 80kg, consume hasta el último
átomo se oxigeno que mis pulmones son capaces de absorber en cada
bocanada de aire para alimentar a cada uno de mis músculos, mis
rodillas sufren en cada pisada como si sobre ellas cayeran una prensa
hidráulica que las aplastara con una fuerza jamas imaginable por
ellas, mi técnica es nula, desconozco totalmente cual es la manera
correcta de correr, mis entrenos no son nada técnicos, yo solo sé
salir a correr y ya está, nada de series ni progresiones, solo corro
hasta terminar exhausto y entonces corro un poco más y luego paro.
Por
todo ello cada carrera que termino es un éxito para mí, y a pesar
de no saber correr, de no prepararme específicamente para correr, de
no tener ni idea de como dosificarme ni de cual es la manera correcta
de pisar y poder avanzar cada vez más en cada pisada, si que sé una
cosa, y es que he dado todo lo que he podido, que no he ahorrado ni
un ápice de sufrimiento ni de sacrificio en ningún instante y que
pudiendo haber elegido el dejar de sufrir en cualquier instante, no
lo he hecho, he sido fuerte y he continuado hasta llegar a la meta, y
eso para mí me cuenta como una victoria propia, no sé vivir de otra
manera.
Cuando
yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de
los circos
eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré,
me llamaba
la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacia despliegue
de su tamaño, peso y fuerza descomunal... pero después de su actuación
y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto
solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas clavada a una
pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era solo
un minúsculo
pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque
la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz
de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con
facilidad, arrancar
la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene
entonces?
¿Por
qué no huye? Yo era pequeño, 5 o 6 años, así que no tenia aún la
sabiduría de los adultos. Pregunté entonces a algún maestro, a
algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno
de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba
amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: -Si está amaestrado,
¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta
coherente.
Con
el tiempo me olvide del misterio del elefante y la estaca... y sólo
lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían
hecho la misma pregunta.
Hace
algunos años descubrí la respuesta:
El
elefante del circo no se escapa porque ha estado atado a una estaca
parecida desde muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al
pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en
aquel momento el elefantito empujó, tiró, sudó, tratando de
soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo, no pudo. La estaca era
ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado, y
que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que
le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia,
el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este
elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no se escapa
porque cree -pobre- que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su
impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer.
Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese
registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra
vez...
NO
QUIERO SER UN ELEFANTE DE CIRCO!!
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