jueves, 19 de enero de 2012

20 kilómetros vacios

Al despertarme las rodillas me dolían, tenía la planta de los pies llenos de llagas y los tibiales anteriores parecían haber sido golpeados durante toda la noche con un pequeño martillo de esos que usan los doctores para medirte los reflejos. Según intento ponerme en pie al salir de la cama y notar como todos y cada uno de esos dolores mandaba su propio mensaje al cerebro, lo primero que me pregunto es ¿habrá valido la pena esos 20 kilómetros de ayer? ¿por qué fui a correr? ¿hay necesidad de pasar por esto?
Eran aproximadamente las cuatro y media de la tarde, y allí estábamos, Cristo y yo, a 2.049 metros de altitud dispuestos a correr durante 2 horas. Nuestro objetivo era correr 10 kilómetros de ida y 10 de vuelta, a lo largo de un sendero que allí comenzaba y que transcurría bordeando las faldas del Teide, como si del foso que rodea a un castillo se tratase. Ya me habían prevenido del frío que haría, así que esta vez llevaba preparado el maillot largo, la camisa térmica y hasta un pañuelo para cubrirme el cuello y la boca para evitar respirar de manera directa ese aire semicongelado que circula por allí. De resto, pues todo muy similar al resto de ocasiones, las mallas, los tenis, el GPS para no perdernos (el sendero era nuevo en esta ocasión) y las gafas de sol para evitar los rayos UV que existen a estas alturas. Durante las mis anteriores incursiones en terreno irregular, siempre había terminado con una o varias llagas en los pies y había tenido que correr durante varios kilómetros con esa incómoda sensación que producen cada vez que das un paso. No están acostumbrados a este tipo de terreno, ni mis pies ni yo, así que no puedo sino esperar a que poco a poco nos vayamos adaptando, yo sufriendo y mis pies pues llenándose de llagas y curándose, haciéndonos cada vez un poco mas fuertes y resistentes, dicen que lo que no mata te hace más fuerte (quod non occidit te, fortior te facit), así que allí estábamos, dispuesto a sufrir, a llenarnos de llagas y esta vez a notar la falta de oxigeno en los pulmones. Tras medía hora de preparativos, estábamos listo...comenzábamos a correr.
El camino comienza con una pequeña bajada, bastante buena para que nuestro cuerpo comience a entrar en calor, pero esta se prolonga a penas durante unas pocas decenas de metros y luego se torna en subida. Al comenzar esa primera subida ya noto como, a pesar que mi ritmo no es demasiado rápido, a penas llega a unos 14km/h, mis pulmones no logran capturar todo el oxigeno que están acostumbrados en cada bocanada de aire, respirar y aguantar las respiración producen casi la misma sensación, tus pulmones se llenan de aire pero no logran aliviar esa necesidad de oxígeno que solicitan tus músculos. Poco a poco me voy acostumbrando, y logro llegar a un acuerdo entre el ritmo que desea llevar mi cabeza y el que permite llevar mis pulmones, mi ritmo se estabiliza en unos 12km/h, había alcanzado el denominado “Segundo aliento”.

Cierto es que hasta ese momento casi ni me había fijado en el paisaje que me rodeaba, estaba únicamente preocupado de poder encontrar un ritmo adecuado, una cadencia de carrera idónea para mí y de buscar un poco de motivación para afrontar los 20 kilómetros que me aguardaban. El término motivación viene del verbo latino movere y significa “moverse”, “poner en movimiento” o “estar listo para la acción”, justo lo que yo necesitaba en ese momento. La motivación es la fuerza que nos mueve a realizar actividades y de perseverar en el esfuerzo, durante el tiempo que sea necesario para conseguir ese objetivo que nos hemos propuesto, y yo había subido hasta el Teide para correr 20 kilómetros, ese era mi objetivo y no podía fallarme a mi mismo.

Durante los siguiente kilómetros de carrera, la sensación fue bastante buena, el paisaje parecía de otro mundo, era como si estuviera corriendo en La Luna o en Marte. El sonido era inexistente, un silencio sepulcral rodeada todo, únicamente se oía el ruido de mis propias pisadas, tap, tap, tap,... y tras cada curva o tras pequeño montículo que superaba parecía como si hubiera vuelto atrás, el paisaje se repetía una y otra vez, tenía la sensación de estar corriendo en un desierto. Durante esos kilómetros no pude evitar pensar como se habrían sentido esos primeros seres humanos en el mundo, caminando por lugares desconocidos, dirigiéndose no se sabe a donde y sin saber que les depararía al día siguiente.
Me sentía que estaba solo en este mundo, una sensación agradable en parte, siempre he sido medio solitario, y angustiosa por otro lado, en pensar que ocurría si solo quedara un persona en este mundo. Una sensación que nunca antes había padecido en ningún lugar. Corrí y corrí y corrí como si huyera de algo, a pesar de que sabía que nadie me perseguía. Me encantaba el lugar, pero al mismo tiempo esa sensación de vacío creaba en mi interior una especie de mareo, un silencio tan ensordecedor que podías oír tus propios pensamientos, corría definitivamente en otro mundo.

Esta vez no había un compañero ciclista, ni un pelotón, ni un camino de luces, ni siquiera Cristo, que había dado la vuelta a mitad de camino porque se había olvidado por fuera del coche los pantalones y los zapatos, me encontraba allí solo y mi única motivación era llegar a los 10 kilómetros previstos para dar media vuelta y retornar. La motivación era poca, pero a mi me bastaba para continuar corriendo, había subido a correr y eso iba a hacer, correr.

Pasados 51 minutos había alcanzado los 10 kilómetros, me detuve el tiempo justo para sacar unas fotos, estaba en lo alto de una pequeña loma así que puede sacar fotos a ambos lados de la misma, aunque el paisaje no era muy diferente a un lado y al otro. Saqué un plátano que llevaba en el interior de la mochila, y sin esperar siquiera a comenzar a pelarlo comencé el camino de vuelta, ahora la motivación era diferente, nos dirigíamos hacia el final, había que correr, atravesar llanuras, subir alguna pequeña loma y sabía que en algún momento del camino me encontraría con Cristo.

Mis pulmones ya se habían adaptado un poco más a la falta de oxigeno, mis piernas estaban calientes, únicamente el cansancio había hecho un poco de mella en mi, pero ello no evitaría que corriera con una voluntad que no tenia límites, no podía permitirme que esa montaña pudiera conmigo y a pesar de que en algún momento pensé en detenerme, total nadie me vería ni tendría que responder ante nadie, nunca me detuve, hubiera tenido que responder ante mí mismo y no hubiera tenido una respuesta que darme, solamente que me había rendido y no estaba dispuesto a eso.

En el camino de vuelta, cerca del kilómetro 13, me reencontré con Cristo, dimos entonces media vuelta y nos dirigimos juntos hacia el destino final, justo donde habíamos comenzado. Unos cuantos kilómetros más adelante, volvía a correr en solitario. Cristo a pesar de que su fuerza de voluntad ha aumentado bastantes en estos últimos días que ha venido a correr, lleva un ritmo un poquito inferior, puedo verlo si me doy media vuelta, viene detrás sin detenerse, sin dejar de dar un paso tras de otro, luchando igual que yo contra esa falta de oxígeno que existe a esas altitudes. Faltando pocos kilómetros para llegar el frío había aumentado considerablemente, se hacía de noche, y notaba como el frío se iba apoderando de mí, las manos se me habían puesto moradas y me dolían como si las tuviera metidas en un cubo con hielo. Era un dolor nuevo para mí, una sensación de frío intenso, como si me clavaran mil alfileres en cada mano, las manos hinchadas y la piel sonrojada a causa del frío, no podía mas que pensar: “tus manos se las apañaran solas, no pienses en ellas, sigue corriendo”, y así transcurrieron los últimos 4 kilómetros. Si hubiera tenido un cuchillo a mano hasta hubiera pensado en cortarme las manos y acabar con ese sufrimiento, pero no lo tenía, así que tocaba correr, correr y correr, y cuanto mas corriera más rápido cesaría esa sensación.

Al final, 1hora y 49 minutos, 20 kilómetros que no disfrute casi en ningún momento, las manos a punto de congelarse, los pies de nuevo llenos de llagas, las piernas cansadas, los pulmones sin oxígeno, mi tiempo no había sido bueno, mi ritmo no es para ganar ninguna carrera, pero....¡¡¡había valido la pena, ahora era más fuerte, física y mentalmente, volveré a repetir, estoy satisfecho conmigo mismo, esa montaña no había podido conmigo, había vuelto a ganarme a mi mismo!!!

1 comentario:

  1. Qué guapo tiene que estar entrenar por esas laderas y encima en altitud. Cuando bajes a la playa vas a volar!!!!

    ResponderEliminar