Eran aproximadamente las cuatro y media
de la tarde, y allí estábamos, Cristo y yo, a 2.049 metros de
altitud dispuestos a correr durante 2 horas. Nuestro objetivo era
correr 10 kilómetros de ida y 10 de vuelta, a lo largo de un sendero
que allí comenzaba y que transcurría bordeando las faldas del
Teide, como si del foso que rodea a un castillo se tratase. Ya me
habían prevenido del frío que haría, así que esta vez llevaba
preparado el maillot largo, la camisa térmica y hasta un pañuelo
para cubrirme el cuello y la boca para evitar respirar de manera
directa ese aire semicongelado que circula por allí. De resto, pues
todo muy similar al resto de ocasiones, las mallas, los tenis, el GPS
para no perdernos (el sendero era nuevo en esta ocasión) y las gafas
de sol para evitar los rayos UV que existen a estas alturas. Durante
las mis anteriores incursiones en terreno irregular, siempre había
terminado con una o varias llagas en los pies y había tenido que
correr durante varios kilómetros con esa incómoda sensación que
producen cada vez que das un paso. No están acostumbrados a este
tipo de terreno, ni mis pies ni yo, así que no puedo sino esperar a
que poco a poco nos vayamos adaptando, yo sufriendo y mis pies pues
llenándose de llagas y curándose, haciéndonos cada vez un poco mas
fuertes y resistentes, dicen que lo que no mata te hace más fuerte
(quod non occidit te, fortior te facit), así que allí estábamos,
dispuesto a sufrir, a llenarnos de llagas y esta vez a notar la falta
de oxigeno en los pulmones. Tras medía hora de preparativos,
estábamos listo...comenzábamos a correr.
El camino comienza con una pequeña
bajada, bastante buena para que nuestro cuerpo comience a entrar en
calor, pero esta se prolonga a penas durante unas pocas decenas de
metros y luego se torna en subida. Al comenzar esa primera subida ya
noto como, a pesar que mi ritmo no es demasiado rápido, a penas
llega a unos 14km/h, mis pulmones no logran capturar todo el oxigeno
que están acostumbrados en cada bocanada de aire, respirar y
aguantar las respiración producen casi la misma sensación, tus
pulmones se llenan de aire pero no logran aliviar esa necesidad de
oxígeno que solicitan tus músculos. Poco a poco me voy
acostumbrando, y logro llegar a un acuerdo entre el ritmo que desea
llevar mi cabeza y el que permite llevar mis pulmones, mi ritmo se
estabiliza en unos 12km/h, había alcanzado el denominado “Segundo
aliento”.Cierto es que hasta ese momento casi ni me había fijado en el paisaje que me rodeaba, estaba únicamente preocupado de poder encontrar un ritmo adecuado, una cadencia de carrera idónea para mí y de buscar un poco de motivación para afrontar los 20 kilómetros que me aguardaban. El término motivación viene del verbo latino movere y significa “moverse”, “poner en movimiento” o “estar listo para la acción”, justo lo que yo necesitaba en ese momento. La motivación es la fuerza que nos mueve a realizar actividades y de perseverar en el esfuerzo, durante el tiempo que sea necesario para conseguir ese objetivo que nos hemos propuesto, y yo había subido hasta el Teide para correr 20 kilómetros, ese era mi objetivo y no podía fallarme a mi mismo.
Durante los siguiente kilómetros de carrera, la sensación fue bastante buena, el paisaje parecía de otro mundo, era como si estuviera corriendo en La Luna o en Marte. El sonido era inexistente, un silencio sepulcral rodeada todo, únicamente se oía el ruido de mis propias pisadas, tap, tap, tap,... y tras cada curva o tras pequeño montículo que superaba parecía como si hubiera vuelto atrás, el paisaje se repetía una y otra vez, tenía la sensación de estar corriendo en un desierto. Durante esos kilómetros no pude evitar pensar como se habrían sentido esos primeros seres humanos en el mundo, caminando por lugares desconocidos, dirigiéndose no se sabe a donde y sin saber que les depararía al día siguiente.
Me
sentía que estaba solo en este mundo, una sensación agradable en
parte, siempre he sido medio solitario, y angustiosa por otro lado,
en pensar que ocurría si solo quedara un persona en este mundo. Una
sensación que nunca antes había padecido en ningún lugar. Corrí y
corrí y corrí como si huyera de algo, a pesar de que sabía que
nadie me perseguía. Me encantaba el lugar, pero al mismo tiempo esa
sensación de vacío creaba en mi interior una especie de mareo, un
silencio tan ensordecedor que podías oír tus propios pensamientos,
corría definitivamente en otro mundo.
Esta
vez no había un compañero ciclista, ni un pelotón, ni un camino de
luces, ni siquiera Cristo, que había dado la vuelta a mitad de
camino porque se había olvidado por fuera del coche los pantalones y
los zapatos, me encontraba allí solo y mi única motivación era
llegar a los 10 kilómetros previstos para dar media vuelta y
retornar. La motivación era poca, pero a mi me bastaba para
continuar corriendo, había subido a correr y eso iba a hacer,
correr.
Pasados
51 minutos había alcanzado los 10 kilómetros, me detuve el tiempo
justo para sacar unas fotos, estaba en lo alto de una pequeña loma
así que puede sacar fotos a ambos lados de la misma, aunque el
paisaje no era muy diferente a un lado y al otro. Saqué un plátano
que llevaba en el interior de la mochila, y sin esperar siquiera a
comenzar a pelarlo comencé el camino de vuelta, ahora la motivación
era diferente, nos dirigíamos hacia el final, había que correr,
atravesar llanuras, subir alguna pequeña loma y sabía que en algún
momento del camino me encontraría con Cristo.
Mis
pulmones ya se habían adaptado un poco más a la falta de oxigeno,
mis piernas estaban calientes, únicamente el cansancio había hecho
un poco de mella en mi, pero ello no evitaría que corriera con una
voluntad que no tenia límites, no podía permitirme que esa montaña
pudiera conmigo y a pesar de que en algún momento pensé en
detenerme, total nadie me vería ni tendría que responder ante
nadie, nunca me detuve, hubiera tenido que responder ante mí mismo y
no hubiera tenido una respuesta que darme, solamente que me había
rendido y no estaba dispuesto a eso.
En el camino de vuelta, cerca del kilómetro 13, me reencontré con Cristo, dimos entonces media vuelta y nos dirigimos juntos hacia el destino final, justo donde habíamos comenzado. Unos cuantos kilómetros más adelante, volvía a correr en solitario. Cristo a pesar de que su fuerza de voluntad ha aumentado bastantes en estos últimos días que ha venido a correr, lleva un ritmo un poquito inferior, puedo verlo si me doy media vuelta, viene detrás sin detenerse, sin dejar de dar un paso tras de otro, luchando igual que yo contra esa falta de oxígeno que existe a esas altitudes. Faltando pocos kilómetros para llegar el frío había aumentado considerablemente, se hacía de noche, y notaba como el frío se iba apoderando de mí, las manos se me habían puesto moradas y me dolían como si las tuviera metidas en un cubo con hielo. Era un dolor nuevo para mí, una sensación de frío intenso, como si me clavaran mil alfileres en cada mano, las manos hinchadas y la piel sonrojada a causa del frío, no podía mas que pensar: “tus manos se las apañaran solas, no pienses en ellas, sigue corriendo”, y así transcurrieron los últimos 4 kilómetros. Si hubiera tenido un cuchillo a mano hasta hubiera pensado en cortarme las manos y acabar con ese sufrimiento, pero no lo tenía, así que tocaba correr, correr y correr, y cuanto mas corriera más rápido cesaría esa sensación.
Al final, 1hora y 49 minutos, 20 kilómetros que no disfrute casi en ningún momento, las manos a punto de congelarse, los pies de nuevo llenos de llagas, las piernas cansadas, los pulmones sin oxígeno, mi tiempo no había sido bueno, mi ritmo no es para ganar ninguna carrera, pero....¡¡¡había valido la pena, ahora era más fuerte, física y mentalmente, volveré a repetir, estoy satisfecho conmigo mismo, esa montaña no había podido conmigo, había vuelto a ganarme a mi mismo!!!
Qué guapo tiene que estar entrenar por esas laderas y encima en altitud. Cuando bajes a la playa vas a volar!!!!
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